Quienes somos melómanos no podemos entender la vida sin música; siempre hay una melodía o una canción ligada a cada momento, a cada vivencia. Pero hay veces que nuestra relación con la música puede tornarse tóxica, y hacemos uso de ella para convertirnos —me vais a perdonar el improperio— en auténticos gilipollas.
De este tema habla muy claro el periodista gallego Javier Becerra, que en su último libro (La música no es lo más importante, Libros.com, 2021) se ha dedicado a recopilar decenas de anécdotas propias y reflexiones acerca de esta melomanía enfermiza. No me escondo, yo he sido el primero que ha padecido esa curiosa «enfermedad» durante un gran tiempo, he incluso sigo sorprendiéndome a mí mismo cayendo de vez en cuando en esa red absurda. Os recomiendo que leáis atentamente, porque seguramente os suenen muchas de las actitudes que aquí se comentan, y Javier tiene mucho que enseñaros.
La música no es lo más importante
Con objeto de no marcarme un “David Broncano”, decidí empezar la entrevista ofreciéndole a Javier Becerra un espacio en el que hablar de su nuevo libro, para aquellos que aún no sepan de lo que trata. Esto fue lo que me contó.
La música no es lo más importante es un libro que escribí en el confinamiento por una reflexión que hice sobre el «Resistiré». Se volvió omnipresente por elección popular, la gente volcó en ella sus emociones, y no tardaron en salir comentarios despectivos hacia la canción. Ese comportamiento para mí fue como un déjà vu; ya lo vi antes con el «Despacito», con el «Ai se eu te pego», con los grupos indies cuando triunfan un poco…
Entonces fue una excusa para empezar a remover ideas que tenía ya desde hace tiempo sobre el absurdo de tomarte la música tan en serio como para llegar a no poder disfrutar de ella. Porque claro, como es lo que hace todo el mundo y tú quieres ser diferente… Es una postura poco inteligente que te limita y te llena de prejuicios. Hay melómanos que, sobre todo a partir de cierta edad, se convierten en una especie de lisiados emocionales, adolescentes crónicos. Es importante salir de ahí precisamente para poder disfrutar mejor de la música.
La música alegre y el baile: los eternos menospreciados
Uno de los aspectos sobre los que pone el foco Javier en su libro es el constante menosprecio al que es sometida la música alegre y la de baile. Prestad mucha atención, porque no deja títere con cabeza.
Cuando Wilco cuando sacó el disco Sky Blue Sky, tuvo muchas críticas porque era un disco feliz y la gente quería al Wilco triste. ¡Incluso les llegaron a decir que no eran lo suficientemente honestos! Otro ejemplo que menciono en el libro es una crítica que leí sobre el grupo Madness. Empezaba diciendo algo así: «¿Puede ser un grupo honesto y divertido a la vez? ¿Se puede entretener sin caer en el absurdo?». Y es como, ¿por qué preguntas eso? ¿Harías la misma pregunta si fuera «¿se puede ser triste y honesto a la vez?»? No, porque la tristeza tiene un prestigio que las cosas felices no tienen. Son inercias en las que acabas cayendo, hasta que vas desmenuzando todo y te das cuenta de que es absurdo y estúpido.
las músicas que no tienen prestigio suelen ser músicas de baile. Desprecias el baile porque lo asocias a gente que no piensa mucho.
Hay un libro que te recomiendo mucho que se llama Cómo funciona la música, de David Byrne (cantante de los Talking Heads), donde explica muy bien cómo evoluciona la música. Una de las cosas de las que habla es del momento en que la música se convirtió en una actividad reflexiva y cerebral. Hasta antes de la llegada de Bob Dylan, la música fundamentalmente era para bailar, pero Dylan le dio una carga de intelectualidad que la convirtió en algo reflexivo. Eso a ti te hace sentir más inteligente: «yo con esto no bailo, yo con esto pienso».
Llega un momento en el que se abren dos caminos: el reflexivo por un lado y el chabacano, el de bailar, por otro. ¿Y por qué coño tienes que tomar un camino? ¿Por qué no puedes juntar los dos? Si te fijas, las músicas que no tienen prestigio suelen ser músicas de baile, ya sea el reguetón, el merengue, la bachata, el flamenco en su momento (ahora se ha prestigiado, pero cuando yo era pequeño el flamenco era también la última mierda), la música disco, el bakalao… Hasta el punto de que en los años 90 surgió la explosión del techno y la crítica inventó el rollo del techno inteligente (!!), que era una música con la que ni se podía bailar. Es muy cutre todo. Desprecias el baile porque lo asocias a gente que no piensa mucho.
No es que haya que escuchar reguetón, o que el reguetón sea mejor que los Beatles. Simplemente se trata de no despreciar gratuitamente ni humillar a la gente.
También hay gente que es incapaz de disfrutar lo que disfruta la masa. Si ahora de repente lo peta el «Resistiré», tú no lo puedes disfrutar, y tienes que estar ahí en Twitter humillando a la gente que le gusta y diciendo que tienen poca inteligencia. Hay personas que quieren aparentar que saben de música y se suben al primer carro que pillan. «Todos a desprestigiar el reguetón: eso no es música, es una mierda, es machista, es zafio, etcétera». No sé, es como la gente que quiere aparentar que tiene mucha clase y se queja de que el servicio es malo en el restaurante. Generalmente los que hacen esos juicios de valor no conocen las cosas. Están cancelados por el odio y la animadversión.
Y no quiero que se simplifique el mensaje o se malinterprete. No es que haya que escuchar reguetón, o que el reguetón sea mejor que los Beatles. Simplemente se trata de no despreciar gratuitamente ni, sobre todo, humillar a la gente. Hay personas a las que les pone humillar a los demás, los típicos de: «¿en serio no conoces a tal grupo?».
Mira, yo durante varios años fui DJ en una sala, y todas las noches estaba el típico tío que venía allí a tocar las narices, a pedirte una cosa rara solo para decirte que tú no la tenías. O como cuando quieren venir a ridiculizarte porque has puesto a un artista que no es prestigioso… Si es que eso ya lo hice yo, ya sé cómo funciona. Tengo una trayectoria muy grande rodeado de todos estos especímenes, y yo también he sido uno de ellos. Ya conozco ese mecanismo, por eso lo puedo identificar tan fácilmente.
La polémica entre Residente y J Balvin
Hace unas semanas saltó a las redes una polémica protagonizada por Residente y J Balvin cuando el segundo llamó a los artistas a hacer boicot a los Latin Grammys. Residente contestó con un vídeo muy contundente en el que, entre otras cosas, le dijo: «Tu música es como un carrito de hot dogs: a mucha gente le puede gustar, pero cuando quieren comer bien, se van a un restaurante, que es el que se gana las Estrellas Michelín. Si quieres que te nominen, tienes que dejar de hacer hot dogs y abrir un restaurante». Dada la temática del libro, decidí preguntarle a Javier Becerra por su opinión.
Ese discurso de Residente contra J Balvin lo vi y me pareció una sobrada, una chulería que no viene al caso (¡gustándome mucho el artista que lo dice!). Lo de comparar la música con la comida es algo muy recurrente, y me parece penoso. Seguramente los planteamientos de eclecticismo musical de René que mezclan lo latino con el rap y el hip-hop hace quince años generaran respuestas parecidas.
En segundo lugar, J Balvin, dentro de la oleada de artistas latinos urbanos, en mi opinión es el mejor. Y no es algo que a mí me flipe, pero junto a Bad Bunny me parece el artista más interesante dentro de este movimiento.
Esto de llamar baja calidad a los artistas urbanos hoy en día ya ocurrió con la música disco en los años 70 y 80, que tenía un estatus parecido al que tiene el reguetón hoy en día. En esa época la música disco era denostada. Los Bee Gees iban a venir a tocar a mi ciudad, pero solo habían vendido 300 entradas y hubo que suspender el concierto. Cinco años después, cuando la música disco se dignificó, habrían arrasado.
Ha pasado ya un montón de veces, incluso le pasó al propio rocanrol. Cuando apareció en los años 50, chocó con la música de aquel momento, que eran las big bands, el swing, etc. Frank Sinatra decía que los Beatles eran una moda, que el rocanrol no era música, y todos sabemos lo que ha pasado después.
Hombres y mujeres, distintas formas de vivir la música
Hay una cuestión muy interesante que Javier pone sobre la mesa en uno de los capítulos del libro, y es que las mujeres, por lo general, disfrutan de la música de forma mucho más abierta y sin complejos que los hombres. ¿Los motivos? Aquí los tenéis.
Ese es un tema cultural bastante complejo de explicar. A los hombres —por lo menos a los de mi generación— nos han educado para ser echados pa’lante, tener una opinión contundente, tener coherencia… A todo esto, súmale que dentro de los melómanos suele haber un porcentaje muy elevado de chavales que en la adolescencia no encontrábamos nuestro sitio en lo “normal” (el deporte, las discotecas, no éramos los más guapos de la clase…).
Entonces todas esas “carencias” las volcamos en la música. Descubrimos un mundo ahí que nos acoge y que es súper guay, pero en el que a veces buscamos lo que no tenemos del otro lado. Cuanto más estás en la burbuja y menos contacto tienes con el exterior, te sientes fuerte y te conviertes en un tío importante con tus opiniones contundentes. Claro, el problema es que eso conlleva mantener una coherencia y un discurso en el tiempo. Con lo cual, si yo me he tirado toda la década pasada diciendo que Operación Triunfo es una mierda, no puedo venir ahora y decir que mola, porque entonces me desmonto todo ese castillo de naipes absurdo. Y eso te impide disfrutar de verdad de la música porque te obliga a andar siempre negándote a ti mismo, reprimiendo el gusto o buscando coartadas para adaptarte al medio.
Sin embargo, con las mujeres es muy diferente. Patricia Godes —que es una de las mejores periodistas musicales que hay en España— decía una vez en un artículo que, cuando las mujeres se acercan a la música, no suelen buscar poder, validación del grupo, pertenencia a la tribu… sino que buscan belleza, placer, disfrute, ganas de pasárselo bien. Y eso yo creo que es bastante cierto.
Si me he tirado diez años diciendo que Operación Triunfo es una mierda, no puedo decir ahora que mola, porque me desmonto todo ese castillo de naipes absurdo.
Las mujeres son más libres en ese sentido. Por ejemplo, veo los discos de mi esposa cuando era pequeña y tiene a Emilio Aragón, Modestia Aparte, La Unión, Hombres G… Si suena una canción, se ríe y recuerda viejos momentos. Los hombres no, nosotros tenemos llenos de muertos los armarios. De los amigos que conozco, todos decían escuchar a The Cure y a los Smiths con doce años, y eso es mentira. Estaban escuchando a Mecano, a La década prodigiosa, a los Hombres G y a los grupos que les gustaban. De hecho, uno de los efectos secundarios que ha tenido este libro es que muchos tíos me han venido diciendo que a ellos les molaban los Hombres G. ¿Entonces qué pasa, ahora resulta que a todos les gustaban los Hombres G? ¿Y cómo es que yo no conocí ni a un solo hombre al que le gustasen los Hombres G en ese momento? (Risas).
Mi grupo favorito de pequeño era Mecano. Es muy difícil encontrar a un tío de mi generación que diga que Mecano era su grupo favorito. Todos dicen Golpes bajos, Parálisis permanente… Somos más absurdos.
La curiosa relación entre Xoel López y Javier Becerra
Tanto Javier Becerra como Xoel López son coruñeses de nacimiento, pero tienen en común mucho más que eso. Esta la bonita historia de cómo sus vidas se entrecruzaron en dos momentos diferentes del camino (yo estoy convencido de que Steven Spielberg se emocionaría al leerla).
En el año 2013, Xoel López fue premiado con el premio UFI al mejor artista del año por el disco que había sacado el año anterior, Atlántico. A mí me tocó hacerle una entrevista para el periódico. La verdad es que, lo que yo tenía en la cabeza sobre lo que hacía Xoel antes —que era Deluxe— no me… Volvemos a lo de antes, no es que no me gustase, es que ni siquiera lo conocía, pero yo tenía una idea de: «bah, este es un cantautor un poco aburrido y tal». Sin embargo, el disco este me fascinó.
Yo a Xoel ya lo conocía de antes, a lo mejor llevábamos veinte años sin vernos o más. Recuerdo que de joven era un tío mod perfecto: coherente, con los gustos justos, sin placeres culpables, bien vestido… Sin embargo, yo en esa época era bastante más voluble, y envidiaba la coherencia de los demás. Xoel era un tío que la tenía, y yo pensaba: «joder, me gustaría tenerlo todo tan bien montado como este tío, y no como yo, que un día escucho heavy metal y al otro día escucho indie».
Estoy escribiendo un libro que se editará el año que viene sobre el disco «atlántico».
Cuando le hice esa entrevista, conecté desde el principio con él. Hubo un momento en el que hablamos del criterio —un poco de lo que hablo en este libro— y me comentó que estaba deshaciéndose de todo eso, que había sido todo un error. Estaba desaprendiendo lo que había aprendido. Y era exactamente en el mismo proceso en el que estaba yo, pero habíamos llegado por caminos diferentes. Él venía de Latinoamérica, de empaparse de las músicas latinas (Juan Luis Guerra, la rumba…) y yo estaba haciendo el mismo proceso por otro lado.
Me marcó tanto aquella entrevista que a raíz de ahí lo entrevisté muchas más veces y ahora estoy escribiendo un libro sobre Atlántico que se edita el año que viene. Un disco que trata precisamente de la libertad, del «voy a hacer lo que me da la gana, sin prejuicios y sin nada».
Redescubriendo a los Beatles
Javier menciona varias veces a lo largo del libro la influencia que han tenido sus hijos en su forma de ver la música. Muchas veces los más pequeños son los que nos enseñan las mayores lecciones. Y si no, que se lo digan a Javier.
Gracias a mis hijos he redescubierto a los Beatles, he aprendido a verlos con ojos de niño, y se lo recomiendo a todo el mundo. Yo con los Beatles tenía un “problema”, y es que, aunque me gustaban mucho, no tenía esa conexión emocional tan intensa que tiene mucha gente. Sin embargo, ahora he encontrado ese rollo y no sé si incluso podría decir que es mi grupo favorito. Y todo ello gracias a mis hijos y a un proyecto que tengo junto a Carolina Rubirosa con el que damos conferencias en coles para explicarle la música pop a los niños.
Por otro lado, mis hijos vienen con las canciones que descubren y me han hecho acercarme a artistas que en mi vida me habría acercado: Enrique Iglesias, David Bisbal, bandas sonoras de pelis Disney… Me han enseñado a ensanchar la lente y, sobre todo, a divertirme. Si mis hijos en casa bailan «La Macarena» y me puedo sumar a ellos, ¿por qué no lo voy a hacer? ¿Para mantener un estatus de tío culto? A lo mejor en medio de «La Macarena», mientras las estás bailando, dices: «pues esta canción al final no era tan mala».
Gracias a mis hijos he redescubierto a los beatles, he aprendido a verlos con ojos de niño.
Recomendaciones musicales
Para finalizar la entrevista, le pedí a Javier que me recomendase algunas canciones o discos que estuviese oyendo bastante recientemente. Después de ver las grandes canciones que he descubierto gracias a su libro, yo me escucho todo lo que me diga este hombre de cabeza.
- Bachata roja, una recopilación de bachatas de los años 40. Es uno de los discos que Xoel escuchaba cuando hacía el disco de Atlántico y, a raíz del libro este que estoy haciendo, me lo dijo, lo bajé de Spotify y ahora lo estoy escuchando mucho. Me gusta bastante, es una de estas cosas que nunca pensé en mi vida que iba a escuchar.
- «El día que me quieras», una versión que tiene Roberto Carlos de un bolero de Gardel. Hay un momento en el que eleva la canción con los violines que es maravilloso. Es uno de esos momentos musicales que me conmueven especialmente. Son pasajes carismáticos que tiene una canción y que en quince segundos te desmontan.
- Una de las Bootleg Series de Bob Dylan. Concretamente, la que tiene las versiones alternativas de Blood on the Tracks, que realmente son tan buenas como el disco original.
Muchas gracias a Javier por su enorme amabilidad y por su tiempo. ¡Así da gusto hacer entrevistas!
(Entrevista realizada por Néstor Hernández Alonso para Indiescretos).